Estaba a punto de dormirme cuando me percaté de que tenía la persiana subida. Era bastante tarde, así que decidí dejarla así para no despertar a los que dormían ya. Me levanté y me asomé a la ventana. Allá, a lo lejos, el Faro de las Islas Cíes iluminaba el mar, guiando a los barcos que navegaban en la noche. De repente, pensé lo mucho que me gustaría estar allí en aquel momento. Sola, en la oscuridad, contemplando la negrura del mar y aspirando el aroma a salitre. El silencio. La soledad. Y de repente me di cuenta de que todos esos deseos, ese vacío, ya vivía en mi interior, sin necesidad de viajar a ningún lugar del mundo. Y entonces fue cuando lloré. Por última vez.
martes, 10 de agosto de 2010
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